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das Mystische 2.1

INSIGNIFICANCIAS

INSIGNIFICANCIAS

Una de las hazañas más sorprendentes que protagoniza la Internet es la posibilidad de que gente insignificante como yo escriba cosas insignificantes destinadas a seres insignificantes. ¡Acabáramos! Técnicos en la materia (supongo) han desarrollado ya equilibrados estudios sobre el tema analizando la flexibilidad del sistema, las múltiples comodidades que conlleva y el futuro tan excitante que nos espera; pero mi convencimiento sobre lo relevante de la insignificancia llega directamente de la percepción de mi propia existencia. Yo soy un ser insignificante, sí, completamente insignificante, y son ustedes los que pueden evaluar el nivel de su propia insignificancia, acompañándome o no (finalmente) en este insignificante viaje. Por cierto, este viaje comienza en el momento justo en que Wittgenstein, pensando quizá en la imagen de la mosca que debe abandonar la botella, le aconseja a su discípulo O’C. Drury que abandone la filosofía y que dedique todo su esfuerzo al estudio de la medicina. Medicina, jazz o jardinería –señala Ludwig-, todo da lo mismo. Se trata, tan sólo, de no perder el tiempo con algo para lo que no se está verdaderamente capacitado. Llegado el caso, hay que sincerarse con uno mismo. Tomar la decisión correcta en el momento adecuado. No olvidar que nos jugamos con ello las señas de identidad, la arquitectura del dolor, el amor propio y la herramienta de la subsistencia.

El paisaje que queda ante nosotros, después de la toma de decisiones, no puede ser más desolador. Autopistas vacías por las que circulan vehículos vacíos o habitados por fantasmas vacíos e insignificantes. Gasolineras vacías, destinadas sin duda a proveernos del líquido energético oportuno para que nunca nos abandone la tontería. ¡Eso es –exclamo-, esta es una autopista donde sólo circulan seres insignificantes! Es decir: esta es mi autopista, y quizá también la suya (añado), querido lector, querida lectora, si finalmente deciden acompañarme.

Ed Ruscha o el arte de la insignificancia, así titula Deledda Cros su breve artículo sobre el artista norteamericano, por lo que llego a la insignificante conclusión de que Ed Ruscha, sin ningún atisbo de duda, es uno de los nuestros. Rápidamente, gracias a Deledda, entramos en materia: "Ruscha hace uso del tema de las autopistas y las gasolineras –escribe- para ir articulando un lenguaje que a pesar de surgir de las referencias urbanas presentes en la ciudad se transforma en una imagen que rechaza los referentes naturalistas y se instala, por su capacidad enigmática, en una ficción autónoma que se legitima a sí misma como producto de su imaginación personal". Con lo que también llego a la conclusión de que la autopista por la que circulo y las gasolineras que dejo a ambos lados son obra del propio Ruscha, y que la insignificancia, así observada, desde ese curioso punto de vista, no deja de tener su gracia. Claro está que la insignificancia de Ruscha es una insignificancia muy californiana, no esta insignificancia gris y de obras públicas que soportamos los madrileños, y eso, cuando se trata de insignificancias, siempre marca las diferencias: "me atraían las imágenes mas estereotipadas de Los Ángeles –señala Ruscha-: los coches, el bronceado, las palmeras, las piscinas, las cintas de celuloide con sus perforaciones, hasta la puesta de sol tenia glamour". Es decir: que el trabajo de Ruscha sería prácticamente imposible a este lado del Manzanares, y que su insignificancia, a pesar de todo, es tan rica en iconos, códigos y matices que provoca una envidia insospechada, ¡qué quieren que les diga!, y que dan ganas de emigrar a California urgentemente, a ver si así se nos cura este muermo irreprimible e insignificante.

Que esta nota es insignificante y que mi propia vida es insignificante es algo que pueden confirmar todos los que me conocen, pero mi recorrido artístico siempre ha sido bastante reducido, por lo que esta apreciación no debería sorprender a nadie. Otra cosa bien distinta es que un artista de la categoría de Ruscha se exprese en términos parecidos: "no necesariamente aprendes algo con mis libros. Quiero un material absolutamente neutro. Mis cuadros no son interesantes, ni lo es su temática" –explica el artista norteamericano, justo cuando el viaje llega a su fin y se apagan los sueños de la ciudad y las luces de la inteligencia. Los caminos de la insignificancia (hemos aprendido) son inescrutables, aunque no deberían por ello sentirse insignificantes. Esta nota se autodestruirá cinematográficamente en cinco segundos y, además, son ustedes verdaderamente inteligentes: en realidad, ya saben quiénes son (o somos) los únicos insignificantes.

7 comentarios

C. Martín -

Alguien dijo alguna vez que «lo insignificante es tan importante como todo lo demás».
Yo me alimento de lo insignificante, y no engorda nada, oiga ;-))


Cristina -

Un insignificante viaje al califato me obliga nuevamente a transponerme a la categoría de \"ausente\" este fin de semana.

Adoro nuestras sinausencias...

En tout cas, te envío el correo igual para no postponerlo del próximo postfin de postsemana...

Besito en mi frente fagorita.

Enrique -

Sí, tienes razón, Cris, ya no debe posponerse más. Elige este sábado o este domingo, y voy poniendo manos a la obra en la caza del croissant. Mándame un correo, si te parece, y puntualizamos cita en privado. ¡Qué tiemblen los croissanes! El 5º Regimiento ya está en marcha...

Cristina -

Qué bien me conoces, caro Enrique: significante e indestructible... Firestone me llaman...

Por cierto, me debes un insignificante croissant, que está comenzando a cobrar significado de tanta postposición... ;-)

Enrique -

No, no es posible, Cristina, déjate de insignificancias. Tú eres indestructible, querida.

Un saludo, Iván. Nada insignificante, por cierto.

Cristina -

Odio la insignificancia y todos sus adarmes, pero estoy deseando que algún ente inmanente se deshaga de mí y me autodestruya... ¿crees que es posible?

Iván -

este post sobre lo insignificate me recuera un texto sobre lo neutro que se puede leer por aca:

http://linkillodraftversion.blogspot.com/2005/09/elogio-de-la-delicadeza.html